PREINCA-INCA

Un paradigma de la riqueza metalúrgica del antiguo Perú es, sin duda, el cuchillo ceremonial conocido como Tumi. El carácter sacro del cuchillo se pone de manifiesto con la representación del rostro de la antiquísima divinidad Naylamp en el extremo superior del artefacto. No en vano fue usado no sólo como instrumento ritual, sino también quirúrgico para llevar a cabo exitosas trepanaciones craneanas.

Es uno de los máximos símbolos de la danza “La Diablada Puneña”, expresión cultural que exhibe elementos de religiosidad autóctona y cristiana, y cuyos orígenes tienen sus raíces en el altiplano andino. Representa a deidades malignas y gentiles que habitaban el Manqapacha, o mundo del subsuelo, que en tiempos prehispánicos no eran objeto de odio sino de respeto. Su aspecto fastuoso y temible se lo debe a sus grandes ojos saltones, orejas en forma de sapo, sobresalientes colmillos, grandes cuernos y a su tocado lleno de reptiles.

El gobierno de la sociedad Moche no fue exclusivo de los hombres; la Señora de Cao o Dama de Cao es ejemplo de ello. Siempre flanqueada por centinelas, sus enigmáticos tatuajes zoomórficos, sus lujosas coronas, diademas y vestidos confirman sus posibles dotes de adivina y su elevado estatus político-religioso. Fue honrada y respetada por la sociedad Moche hasta el día de su temprano deceso, lo que mereció un funeral propio de alguien casi divino. La Huaca “El Brujo” fue su última morada física antes de su encuentro con los dioses.

El más respetado, venerado y poderoso jerarca Moche, adorado como un semi-Dios por su pueblo y conocido en la actualidad como el “Señor de Sipán”, tuvo una ceremonia fastuosa a su muerte. Su pueblo le honró y le lloró. Junto a él, fue sacrificada parte de su corte para que le hagan compañía en su viaje al más allá, donde la máxima deidad Moche, Aia Paec, le estaría esperando para recibirlo. La trascendencia de la vida después de la muerte, era una creencia firme de los Moches. La muerte no era sino el tránsito hacia otra vida donde el rango se mantenía inalterable. El Señor de Sipán subiría al inframundo para convertirse finalmente, en un gran Dios.

La civilización Inca desafió la accidentada geografía de ceja de selva para levantar la ciudadela de Machu Picchu en medio de las nubes. Las peculiares características arquitectónicas y paisajísticas, sumadas al velo de misterio que se ha tejido a su alrededor, la han convertido en uno de los destinos más admirados mundialmente. Hoy, se constituye como una de las siete maravillas del mundo moderno.

La Pachamama o Madre Tierra, una de las principales deidades femeninas dentro de la cosmovisión de los pueblos andinos, representa a la tierra, al suelo geológico y/o a la naturaleza propiamente dicha. Actúa por presencia y se dialoga con ella permanentemente: se le pide fertilidad, provisión y sustento; y ante faltas cometidas, también se le solicita su indulgencia y su perdón.