Griega

Pegaso

La muerte de la más terrible de las gorgonas está asociada con el nacimiento de Pegaso, el animal más bello del Olimpo. Perseo había logrado su objetivo; con la ayuda de los Dioses, había logrado decapitar con su espada a la temible dama ctónica, Medusa. De su sangre regada por el recinto se erigió la figura del majestuoso caballo blanco alado. El imponente e indomable Pegaso volaba moviendo sus extremidades como si corriera sobre el aire; se puso a las órdenes de Zeus, quien le encargó el transporte de sus rayos y su nobleza lo destacó entre todos los animales del Olimpo. Hoy, la constelación que lleva su nombre ha hecho de Pegaso un ser mítico que ha ganado la eternidad, como retribución de los Dioses.

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Neso y Deyanira

Heracles, paradigma de fuerza, coraje, orgullo y virilidad del orden Olímpico, había contraído nupcias con su tercera esposa, Deyanira (En griego antiguo, nombre traducido como “que vence a los héroes”). Tras celebrarse la boda, en un arrebato de lujuria, el salvaje centauro Neso la raptó con el fin de violarla, cruzando con ella el río Euneo. Enfurecido, Heracles disparó una flecha contra Neso desde la otra orilla del río, la cual hirió de muerte el centauro. Agonizando, Neso le ofreció un peligroso obsequio a Deyanira. Este sería el preámbulo de la posterior muerte de Heracles.

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Medusa

Originalmente fue una hermosa doncella y sacerdotisa del templo de Atenea. Sufrió su monstruosa transformación cuando Atenea se enteró que Poseidón la había seducido y violado, quedando embarazada. Esto constituyó para ella una profanación a su templo sagrado e indignada, no dudó en castigarla severamente.
Ahora, su cabeza estaría plagada de serpientes y su penetrante mirada debía ser evitada a toda costa, ya que quienes osaban mirarla, se convertirían en piedra indefectiblemente. Este terrible y letal poder hizo de ella uno de los monstruos más temidos dentro de la mitología griega.

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Fénix

Se dice que en el Edén, cerca del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, vivió cerca de un rosal un ave con un esplendoroso plumaje que lo hacía extremadamente majestuoso y bello. Tan peculiar resultó el ave, que sus principios lo convirtieron en el único ser que evitó probar el fruto de dicho árbol prohibido por Dios, motivo por el cual se le concedió un don sin precedentes: de la espada del ángel que desterró a los pecadores del Edén, saltó una chispa que alcanzó el nido del ave desatando un incendio. Las llamas alcanzaron al ave, recibiendo en ese momento, el don de la inmortalidad como premio divino.
Desde ese entonces, el Ave Fénix no conocería jamás la muerte; cada 500 años, cuando ello está por suceder, el ave desata toda su potencia interior: se envuelve en llamas, y de sus cenizas, vuelve a nacer.

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